domingo, 10 de noviembre de 2013

Sonabas a canción triste

Hoy post para leer con BSO, espero que se os haga más mágico, aunque la canción sola ya es amor:)

Me encantaba observarte desde detrás del humo de la taza de café, mirando a un punto fijo y sin peinar mientras te retorcías del frío porque había dejado una ventana algo abierta - como excusa por si en un brote de cariño quisieras quedarte más cerca. Me creaba cierta nostalgia, porque sabía que te echaría de menos en cuanto cruzases la puerta y te fueses...aunque también sabía que tarde o temprano ibas a volver -o eso me gustaba creer.
Todavía te recuerdo entre las sábanas de mi cama mientras dormías -y eso que con el tiempo la imagen se ha ido emborronando. Te vivía en mi silencio, con la magia de algo cuando empieza. Y estabas allí, y no quería cerrar los ojos porque por un momento la vida me parecía menos puta contigo entre mis brazos, incluso a sabiendas de que eras el humo de mi último cigarro. Pero aun así...te juro que hubiese militado en cualquier partido político que prohibiese madrugar con el único pretexto de quedarme un par de horas más en la cama a tu lado, contando los lunares de tu pecho - y perdiendo la cuenta cada diez segundos para volver a empezar. 
Sonabas a canción triste, y mira que yo siempre decía que la nostalgia era la peor forma de morir. A tu lado era distinto. Echar de menos a veces es una muerte llena de vida, incluso un modo de ilusión. Esperar a que volvieses envuelta en una manta de frío mientras enero se apoderaba de mis huesos en aquel balcón. Tenías la llave de mi casa, aunque a menudo me preguntaba por qué razón te la di. Luego todo cobraba sentido cuando me quedaba allí esperando, por si en un repentino ataque de generosidad se te ocurría subir y tenerme entre tus brazos un par de minutos. No. Los hombres como tú no hacían eso. Tú jamás fuiste así. De hecho espero que no vayas a serlo nunca. 
¿Sabes? Me encantaba también imaginarte siendo todo aquello que no eras o haciendo todo aquello que tú nunca serías capaz de hacer. Verte aparecer por la puerta un domingo cualquiera, en que el mundo parece mi mayor enemigo. Cambiar tus labios por la boca de la botella por las noches. Mirarte de tan cerca otra vez que por momentos hasta te me hicieras doble.
Y aun así todo eso se te quedaba grande. Se nos quedaba grande. Yo tan en las nubes y tú tan en el suelo...

Esperar a que llegases y te quedases era demasiado absurdo. 

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