sábado, 28 de marzo de 2015

Las palabras

Tu amor nunca fue el mismo que el mío.

Recuerdo que por mucho que me esforzase, la mayoría de veces no eras capaz de entender mis palabras, lo que aumentaba mis sospechas de que al fin y al cabo simplemente fuesen eso: palabras. Paredes rígidas que sirven de receptáculo a imágenes mentales, hogar platónico de las ideas. Letras sucediéndose una tras otra, líneas de puntos. Casillas que marcar, incluso a veces listas clasificatorias.
Carne de diccionario y de todo aquello que podemos tocar, de todo aquello que toca con los pies en el suelo. Un sujeto y predicado que tomaban significado en base a un contexto, millones de acepciones.  Al fin y al cabo, palabras.

Con el tiempo entendí que las palabras verdaderamente importantes no caben en un diccionario porque nadie ha sabido definirlas con precisión; o, para ser más exacta: puede que esas sean de las que somos verdaderamente responsables, por ser las definiciones que escribimos nosotros. Creo que por eso no supiste entenderme nunca.
Y es que a mí el amor de la Rae, ese “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser” me resultaba incluso más insuficiente que tu ausencia, o mis ganas de suplirla por un pecho en que apoyarme.
Tu amor nunca fue el mismo que el mío, y la humanidad lleva años sintiéndose culpable por el fracaso de algo que parte de una raíz tan simple como las definiciones, el usar bien el vocabulario; y es que las palabras verdaderamente importantes empiezan a tomar sentido cuando alguien consigue que sintamos lo que quieren decir. Somos responsables de los diccionarios ajenos, y puede que por eso sea tan importante construir el propio.

Viví muchos años utilizando la palabra “fe” en vano, al igual que “compromiso”, “lealtad”, “suerte”, “amistad” o “amor”. Puede que todos lo hagamos porque en Hollywood son expertos en ponerle cuatro paredes a algo tan intangible como eso. Entonces entendí que la fe no era un amigo invisible a quien hablarle cuando una se siente sola, sino respirar hondo y confiar en la efe de fuerza. Que un hogar puede que en el fondo no fuesen más que dos brazos en los que siempre nos sentimos a salvo, que el compromiso sabía más de aviones que de anillos, y que la suerte estaba hecha mitad de amor y mitad de trabajo. Que la amistad y el amor eran muy parecidos y necesarios, y que darse cuenta de todo ello era el primer paso para sentirse viva. Para no solo ser, sino saber que estaba siendo. Que todo eso de los principios tenía que ver con todas nuestras acepciones.

Tu amor nunca fue el mismo que el mío, porque los definimos en dimensiones distintas, y nadie nos contó que los seres humanos podíamos entender algo tan universal con un millón de matices. Nos vendieron el amor y lloramos por creer haberlo estropeado, sin saber que quizás es que no supimos entenderlo. No usamos bien las palabras, no nos dijeron que se debía leer entre líneas para entender que las palabras verdaderamente importantes, lo son por todo aquello que no son al definirse.  


Y puede que la poesía en el fondo sea eso: lo que hace que las palabras dejen de ser simplemente palabras.