martes, 10 de noviembre de 2015

No los creas

No los creas 
si te dicen 
que la vida es una carrera,
que debes llegar primera
y solo sientes 
que te asfixias 
sin ver metas. 

No los creas
cuando comparen
y hablen fuerte,
cuando silben 
o denigren
cualquier parte de tu ser.
Cuando intenten hacerte creer
que los hay mejores.
Cuando no seas capaz de ver
que simplemente
son distintos.

No los creas
cuando nos ponen de frente
y en vez de espejos 
vemos armas 
y escudos
con los que pelear,
no vinimos en contra,
vinimos juntas 
y para formar un ejército.
No 
somos
el enemigo.

No los creas 
cuando pretendan
que seas tan puta
como libre.
Que tú
mi niña
eres tan puta como quieres
y tan libre como decides,
y por todo eso te tengo al lado
y por todo eso te quiero.

No los creas
cuando se llenen la boca
de palabras insignificantes.
Cuando te digan 
que estás por debajo
es porque yo 
te estoy esperando arriba.

Y nunca
nunca
nunca
voy a marcharme
sin ti.

sábado, 26 de septiembre de 2015

A IV

Dime, 
quién puede bailar con ella
si es tsunami
en el desierto,
¿quién?
Si es la locura
en el cuerdo
y la lógica
del loco,
¿quién puede 
bailar con ella?
Dime,
quién puede bailar con ella
si es el hogar
del ermitaño,
el sexo oculto
de un ángel,
la pasión irrefrenada
del impulso contenido,
¿quién puede?
Quién puede
si es carcajada
cuando duele.
Si sabe 
que la música
no siempre amansa
a las fieras.
Que veces hace lo que debe
y las saca a bailar. 

Dime
quién puede,
si se siente
en la ignorancia
y se piensa
desde el pecho,
pobre tonta.
Haciendo cálculos
con las palabras.
Quién puede
bailar con ella
si de las camas
hace catálogos 
de vértigo.
Si colecciona
los silencios llenos
de conversaciones
vacías.
Quién puede
si ella es el fuego
que arde en aguas
con las que el viento
agrieta la tierra
y baila,
baila,
baila.
Siempre baila sola
para que no 
le pisen
los pies. 

miércoles, 16 de septiembre de 2015

In(f)vierno

Puñado de huesos,
saco de llantos,
manos heladas.
Plexo de mariposas
o plantas carnívoras.
Dime de dónde sale el invierno.
Dime por qué sabes del infierno
si nadie
se ha atrevido a subir
para contarlo.

Manos
y corazón de mendigo,
manos
y corazón de feriante,
prometiendo dar
lo que no tienen
y pidiendo
su otra mitad.
Dime de dónde sale el invierno.
Dime por qué sabes del frío,
cuenta qué te hace temblar.

Corazón de jaula,
amor de candado,
boca de llave maestra
y sonrisa de pobre.
Piernas de fugitivo,
oídos de ciego
que escuchan
pero no dejan ver.
Mano de santo
sin remedio,
dime de dónde sale el invierno.
Dime si no era tan frío
que te acabó quemando
y ya no lo distingues.

Alma de guerrero,
cuerpo de mujer,
despecho del feo,
rencor de la mal querida,
amor de huérfana,
miedo de kamikaze,
y luego,
cariño,
dirán que tú eres fría.

Mi amor, dime lo que sabes del in(f)vierno.

viernes, 21 de agosto de 2015

O3

Qué podía hacerle yo, si te volvías más real a medida que a la pintura le añadía agua.
El día que te fuiste me dijiste que fue por culpa de la presión atmosférica: que te dolía la cabeza en las nubes, y que yo era demasiado cabezota para quererme bajar de ellas. Que no era un tema de centímetros sino de poder tocarnos, de que yo buscaba en tus brazos las líneas de unos que un día dibujé, o encontré descritos en la página de un libro y me parecían ciertos. Porque algo así era la verdad conmigo, un intangible que yo andaba buscando a tropezones dando vueltas mientras veía sin mirar. La línea segura de todo lo que parecía para no saber encontrarse: “venga, Ane, háblame del mar”, y yo lo describía sin haberlo tocado. Pero te gustaba escuchar y a mí contarte, aunque jamás te llevase a mirarlo. Como el valiente que sabe del precipicio sin haberse atrevido a saltar.

Éramos sombras – o puede que solo lo fuese yo, pero hablar en plural siempre nos ha dolido menos – buscando la luz, pero siempre en espectros distintos. “Yo no te quise nunca” como disculpa, “…o no te supe querer” como secuela. El dibujo de un faro en una habitación sin ventanas. Y la culpa, siempre la culpa. De buscar algo ahí arriba con la ese de supremo, subjetivo o sarcástico, satírico cuando tenerlo en frente implicaba no saber parar de correr. El egoísmo humano de desear algo y al encontrarlo querer hacerlo más grande hasta que explota. La estupidez disfrazada de ambición, la soledad disfrazada de meta.

Todo eso lo aprendí cuando el hecho se hizo recuerdo. Mientras te alejabas se volvía todo claro: tan cierto, tan contrario y tan lógico. La verdad dos veces: piel sobre piel,  llanto sobre llanto. Mentira sobre mentira y menos por menos da más. Nube sobre nube, cielo sobre cielo, suelo sobre suelo y yo sobre mí, y sin verme hallarme cierta. Pie sobre pie, tropiezo sobre tropiezo, dibujo sobre dibujo y de repente tú, como la sombra que asomaba y yo sin doblar la esquina. Miedo sobre miedo, blanco sobre blanco y la bala ahí: en medio de la diana, donde yo solo intuyo mientras tú ves y yo me poso cuando atraviesas. Tan lejos y a la vez tan cerca, como tenerte solo cuando te pienso mientras te vas.

 Y por bajar de las nubes, al fin, hacer del suelo el cielo, y de tus manos el espacio: como si no hubiera más verdad que la que nace de ti en mí, de mi en ti, de tú conmigo.

Era yo quién tenía miedo a las alturas porque verte significaba caer. 

jueves, 11 de junio de 2015

Feo

Se le dibujaba sobre el labio una cicatriz curiosa. Lo justificaba diciendo que era culpa de las “ideas de bombero de cuando era un niño”, y yo me reía por dentro pensando en que siempre queremos lo que no podemos tener mientras rechazamos lo que somos. Tanta capacidad de incendio para después querer ser ascuas o apagarnos.

Era feo. Feo con avaricia, como dijo mi abuela la primera vez que lo vio. Tenía los ojos pequeños y al reírse no veía un pijo. Los dientes mal puestos, la nariz grande, se peinaba poco. Dormía en una habitación pequeña con una cama demasiado ancha y el suelo demasiado frío. Armarios demasiado grandes, como para guardar todas las ausencias del mundo y dejar que el invierno se quedase allí y no cambiar la ropa nunca. No tenía puerta pero sí una ventana grande. “Por si algún día me da por saltar”, bromeaba, pero en el fondo yo sabía que eso era solo otra forma de volar. Vivía demasiado arriba.

Era feo. Feo de los que están llenos de cicatrices que cuentan historias de las que nadie escucha. Feo. De los que cansan por hablar demasiado de cosas que nadie entiende. Feo de no estar comedido, de no estar controlado. Feo, como cuando se hacía demasiadas preguntas. Como cuando coleccionaba libros sobre temas absurdos y se quedaba encerrado en su habitación. Seguía siendo feo. Con esa sonrisa incendiaria por la que jamás saltarían alarmas, y su manera de mover las manos mientras soñaba. O la de abrir los ojos cuando lo hacía.

No lo sé, pero era feo. Feo de brazos grandes y pecho egoísta, buscando siempre regalar un aliento de más y un llanto de menos, queriendo dar sin necesitar, porque necesitar era una palabra muy fea. Feo, cuando se abría a mí y de pronto los abismos se volvían universos llenos de luz. Feo cuando el absurdo era la necesidad de palabras, el dudar del verbo estar, carecer del verbo ser. Era feo cuando dudaba y cuando hacía, pero hacía siempre.

Y estaba lleno de heridas, y a veces sangraba. Y después sonreía, y me miraba con cara de lunes diciendo: “hoy se empieza de nuevo”. Y mordía el polvo, lo soplaba, y parecía que siempre se quedaba con hambre. Y me esperaba en esa misma esquina por la que nunca pasaba nadie excepto yo cuando quería llegar a casa por un camino distinto. Y estaba ahí, y era feo. Horriblemente lleno de alma, otra vez con la cicatriz sobre el labio.

“No te apagues nunca”, le dije un día. Y él no me entendió.

Lo observé de lejos mientras me esperaba. Por la misma calle pasó otro chico de largo y se lo quedó mirando. Era feo. Él sin embargo era guapo. Tenía una planta maravillosa y parecía que la ciudad se vistiese para saludarlo todos los días. Andaba recto, sin perder la compostura. De esos que cortan la respiración cuando los ves venir.

Pasé otra vez la esquina, y para aquél entonces el feo ya no estaba. Había subido a su habitación otra vez. “Peligro de incendio”, rezaba su ventana.

“El mundo necesita gente que arda”, grité desde la acera.

Entonces salió, hizo una mueca extraña y me invitó a subir. Y yo volví a observarlo pensando que era feo. Feo de esos que te enseñan que quizás la belleza era otra cosa.

sábado, 2 de mayo de 2015

Podemos seguir así

Podemos seguir así, o podemos empezar a quitarles el corsé a las medias tintas. A escribirnos más de lo que nos decimos, a decirnos todo lo que nos callamos. 
Podemos seguir así, o podemos empezar a esprintar aunque la vida sea una carrera de fondo. Podemos querernos y dejarnos para soltarnos y tocarlo. Podemos aprender a escalar.
Podemos seguir así, siendo un polvo de valor medio en el centro de la campana de Gauss, o podemos dejar que el viento nos lleve hacia la derecha. O dejar de ser opciones para convertirnos en excepciones.
Podemos seguir así, usando títulos nobiliarios con las personas equivocadas, o podemos asaltar el castillo a media noche. Proclamar la tercera República, empezar la revolución. Celebrarlo en la cama del rey como golpe de estado. 
Podemos seguir así, con la angustia comiéndonos por dentro esta noche, o podemos tener esta noche para comernos la angustia y ceder.
Podemos seguir así, poniendo cara de martes, queriendo con cara de perro, follando con alma de extraño. Leyendo con ojos ajenos, tocando pero sin manos. Volando sin viento y no libres, huyendo hacia los mismos brazos. Podemos seguir así, o podemos parar aquí. 
Parar aquí y seguir juntos
pero en otro lado.
Y que todo lo que quede a medias
sea porque entre los dos lo completamos.

sábado, 28 de marzo de 2015

Las palabras

Tu amor nunca fue el mismo que el mío.

Recuerdo que por mucho que me esforzase, la mayoría de veces no eras capaz de entender mis palabras, lo que aumentaba mis sospechas de que al fin y al cabo simplemente fuesen eso: palabras. Paredes rígidas que sirven de receptáculo a imágenes mentales, hogar platónico de las ideas. Letras sucediéndose una tras otra, líneas de puntos. Casillas que marcar, incluso a veces listas clasificatorias.
Carne de diccionario y de todo aquello que podemos tocar, de todo aquello que toca con los pies en el suelo. Un sujeto y predicado que tomaban significado en base a un contexto, millones de acepciones.  Al fin y al cabo, palabras.

Con el tiempo entendí que las palabras verdaderamente importantes no caben en un diccionario porque nadie ha sabido definirlas con precisión; o, para ser más exacta: puede que esas sean de las que somos verdaderamente responsables, por ser las definiciones que escribimos nosotros. Creo que por eso no supiste entenderme nunca.
Y es que a mí el amor de la Rae, ese “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser” me resultaba incluso más insuficiente que tu ausencia, o mis ganas de suplirla por un pecho en que apoyarme.
Tu amor nunca fue el mismo que el mío, y la humanidad lleva años sintiéndose culpable por el fracaso de algo que parte de una raíz tan simple como las definiciones, el usar bien el vocabulario; y es que las palabras verdaderamente importantes empiezan a tomar sentido cuando alguien consigue que sintamos lo que quieren decir. Somos responsables de los diccionarios ajenos, y puede que por eso sea tan importante construir el propio.

Viví muchos años utilizando la palabra “fe” en vano, al igual que “compromiso”, “lealtad”, “suerte”, “amistad” o “amor”. Puede que todos lo hagamos porque en Hollywood son expertos en ponerle cuatro paredes a algo tan intangible como eso. Entonces entendí que la fe no era un amigo invisible a quien hablarle cuando una se siente sola, sino respirar hondo y confiar en la efe de fuerza. Que un hogar puede que en el fondo no fuesen más que dos brazos en los que siempre nos sentimos a salvo, que el compromiso sabía más de aviones que de anillos, y que la suerte estaba hecha mitad de amor y mitad de trabajo. Que la amistad y el amor eran muy parecidos y necesarios, y que darse cuenta de todo ello era el primer paso para sentirse viva. Para no solo ser, sino saber que estaba siendo. Que todo eso de los principios tenía que ver con todas nuestras acepciones.

Tu amor nunca fue el mismo que el mío, porque los definimos en dimensiones distintas, y nadie nos contó que los seres humanos podíamos entender algo tan universal con un millón de matices. Nos vendieron el amor y lloramos por creer haberlo estropeado, sin saber que quizás es que no supimos entenderlo. No usamos bien las palabras, no nos dijeron que se debía leer entre líneas para entender que las palabras verdaderamente importantes, lo son por todo aquello que no son al definirse.  


Y puede que la poesía en el fondo sea eso: lo que hace que las palabras dejen de ser simplemente palabras.

sábado, 14 de febrero de 2015

Amor propio

Cambié
tus “casi” y tus “pero”
por mi “hoy”,
mi “soy”
y “mañana seguiré siendo”.

Vendí
los imposibles,
los improbables,
los desesperados,
todas las semifinales
a un cobarde
que solo quería prefijos
para su prólogo.

Cambié
el abalanzarme
por un mirador al precipicio,
y entrené el salto de altura
para que la presión al subir
no fuese nunca más
un dolor de cabeza.

Cambié los medios
y los miedos
por la medida universal
más precisa del mundo:
poner el alma entera
y querer;
querer hasta que duela,
y dejar de hacerlo
justo cuando empiece a doler.

Cambié el amor no merecido
por el correspondido
(a sabiendas
de que el mismo
es unidireccional).

Cambié mi aliento en el aire
por dos pies en el suelo
y el pelo en las nubes.
Vendí a todo mi yo adulto
y compré de nuevo
la licencia para soñar.


Cambié
que el domingo
fuese el día de la fe
por tener algo de fe
todos los días.