martes, 19 de marzo de 2013

Lo que nunca me atreví a decirte

Al fin y al cabo, el rencor no sirve de nada. Aunque haya dolido y no acostumbremos a ello, sigamos usando palabras bonitas. Gracias. Sí, démonos las gracias. Por las sonrisas, algún que otro abrazo y la infinidad de cosas que llegamos a sentir. Las tardes infinitas de domingo que volaban sobe mi cama y la sensación de un verano que no quería acabarse. También por la soledad y el permitirnos echarnos de menos para encontrarnos más tarde. Por los errores y las lecciones, y permíteme también pedir perdón, incluso si parece cobarde ahora.

Perdón por si alguna vez no estuve a la altura, no supe dar lo que debía, o por mi cabezonería innata en según qué cosas. Lo siento si fui egoísta en algún momento, o si te hice daño sin querer. Aunque eso ya no importa. Llegados a este punto las disculpas tienen el mismo precio que el de las lágrimas o el de los suspiros: nada, y la nada me sabe a poco. Podría decir “te quise”, incluso el “te quiero” seguiría funcionando. Sí, mira. Te quiero. No te ofendas ni te asustes al leerlo, que no voy a ponerte cuerdas. Y por la misma línea sigo:

 Qué feliz me has hecho. Cuánto caos, cuánta calma. Qué albergue tan cómodo tu pecho para corazones sin miedo al dolor, y qué rápido se hacía de noche cuando soñábamos despiertos durante toda la tarde. Y eso sí que importa ahora, porque a pesar de todos los llantos puedo recordarte y sonreír. Recrearte, recrearnos, y no querer eliminar la historia. Demostrar que lo que bien empieza también es capaz de acabar, pero no tan mal como Murphy lo hubiese querido. Porque fuiste y serás siempre mi primer pretérito perfecto de indicativo, pero también mi afirmación del presente y una gran lección.
Al fin y al cabo, tú.

lunes, 18 de marzo de 2013

Carretera mediante

Bienvenidos :)
Hoy, como ya he dicho en Facebook, el texto no es mío. La maravilla que tenéis a continuación ha llegado a mí por casualidad, y con ese punto absurdo de todo lo que echas de menos y todavía no habías sido capaz de conocer. La persona que me ha dejado leerlo no ha querido compartirlo personalmente por h o por b, pero los dos hemos considerado -especialmente yo- que ésto merecía convertirse en suspiros dentro de vuestros pulmones y no en polvo de estantería o "aquello que nunca dije". Así que agarráos fuerte, porque sale de dentro, dentro, dentro... justo de ese lugar que nadie sabe donde queda exactamente, pero asusta mostrar a los demás. Así que un aplauso al valiente, y feliz viaje.


"Pessoa decía que todas las cartas de amor son ridículas; supongo que esta no va a ser menos. No sé si es ridículo decir que me he aprendido de memoria el relieve de tus nudillos bajo las yemas de mis dedos, o que me desvivo por tu mirada, esa que queda vetada a cruzarse con la mía cuando estamos rodeados de comunes, o que mi rotunda verdad eres tú. Se supone que tendría que asustarme el decir ciertas frases, ¿no?, o al menos el hecho de sentirlas. Pero tengo el miedo tan olvidado que ya ni siquiera recuerdo los precipicios de los que tanto te hablaba en otoño. Ni las dudas.

            Me he dejado llevar por ti. Me hablas de historias que ni siquiera se han escrito todavía, haciendo caso omiso del prometido ''No hacer planes'', haciendo que paradójicamente las eche de menos, y las desee. Fue duro al principio: te costó sudor y horas de palabrería que en muchas ocasiones rozaban el sinsentido. Pero ahora cuentas con la capacidad de absorber hasta mi último pensamiento (tengo infundadas sospechas de que mediante alguna técnica aprendida en tu apadrinado Báltico). Te aseguro que ese don –y permíteme hacerle alusión de esta manera– no lo recordaré de mala gana: perfecta simbiosis en confianza, complicidad y bienestar. Te me has ganado a bocados gigantescos, figurada y literalmente. Con una sonrisa en los labios (por, a veces, tener cerca los tuyos), afirmo que tanta piel de gallina se me escapa de las manos. Lo censurable es que esto último sea literal durante períodos de tiempo inconcebibles.



            Pessoa decía que las cartas de amor, si hay amor, tienen que ser ridículas. Ridículo es que antes pensara que lo más cerca que se puede estar de una persona es viendo el propio reflejo en su mirada, ¿sabes?, pero el vivirte me ha enseñado que lo más cerca que se puede estar de alguien es teniéndole bajo la piel. Y que te haga latir, aunque sea con descontrol. Eso no importa. Lo más cerca que se puede estar de una persona es diciéndole (sin saber si se están acertando con las palabras, eso tampoco importa) que la felicidad es algo así como no querer estar en ninguna otra parte. Y saber que es verdad.

            Generalmente no me gusta culpar a la distancia por aquello que no alcanzo, por los abrazos que no doy, por los "Te necesito" que no pronuncio. Siempre intenté convencerme de que los kilómetros se inventan, que no laten en la piel; y me repetía que echar de menos es de cobardes, que tú y yo tenemos algo que excede todo lo mundano, que es más especial que los números, las cifras e incluso las palabras. Dejé de temer que el no tenernos cerca nos dejaría tiritando y aprendí que con miradas también se puede hacer el amor. Sé que hemos dado mil pasos hacia delante desde aquella fría mañana de octubre, cuando aún no sabíamos que hay silencios que hablan y que las estrellas lo saben todo. La casualidad, nuestra mágica casualidad, trenzó esos resúmenes de vida que hoy improvisamos. Y ahora no quiero ni imaginar cuánto habría perdido si no nos hubiéramos tropezado. Mi dependencia decidió esconderse en el abrigo de una esperanza renovada.



            Pessoa decía que todas las palabras esdrújulas, como los sentimientos esdrújulos, son naturalmente ridículas. Y yo digo que sí, que se me escapa el sentido a borbotones con que tan solo un resquicio de tu ser se aparezca en mitad de mi mente. Pero hasta aquí el seguir pensando que esto lo sentirían mis células una sola vez, hasta aquí el seguir pensando que el sacrificio es la base de todo uno más uno.

            No me echaré nada en cara, tampoco a ti ni a mi ya querida distancia. Nos tengo en demasiada estima. Y es que, ¿sabes?: también somos lo que hemos perdido; las cicatrices siempre recordarán que el pasado fue real. Quizá una última confesión: aprendí a recordar tu olor y lo seguiré utilizando para dormir mejor, tan solo durante un tiempo, con tu permiso. Será la última huella ­–tu última huella– para continuar sobreviviendo (exacto: ya no me asustan los gerundios; me lanzo al fantástico vértigo de saberme capaz de volver a toparme con otro alguien –porque es posible, porque hay que dejarse vivir­–, de llegarme a ver con que todo lo que quede fuera del límite de mis brazos al rodearle me importe bien poco, con que estemos en una espiral, con que formemos el plural más precioso de la Historia, con que nos encontremos… Sin miedo, sin descanso, sin control)."


 
JML.

domingo, 17 de marzo de 2013

Like bullets

A medida que crecemos nos enseñan que las palabras guardan una correlación lógica con las acciones y viceversa, pero en ningún momento nos cuentan nada del bienquedismo. Vivimos en paz, creyendo que todas las promesas se corresponden con la imagen que deberíamos asociar al verbo, como si las personas estuviésemos obligadas a seguir esa regla. Y de hecho lo estamos, al menos de máscara para fuera. Sabemos de todo, nos encanta hablar y jurar tener la llave al paraíso ni que sea por un instante. Llega un punto en que te das cuenta de que es pura verborrea, y que tras cada sílaba hay vacíos llenos de ganas de sentirse bien con uno mismo, para no tener reproches futuros.
Pero, ¿qué más da? Si todo el mundo miente. Ya se acostumbrarán las almas ajenas, que el corazón está hecho para crear armaduras de hierro invulnerables a las promesas.