jueves, 14 de noviembre de 2013

Disculpas de un ser orgulloso

Me encanta cuando te enfadas
y
frunces así el ceño.
Te quedas en silencio,
sumido en mis absurdos
y me miras con gesto incrédulo,
preguntándote por qué ésta loca.

Y yo, con cara de final amargo
-que es como más fea me pongo-
preguntarme de nuevo
por qué cuanto más pesa mi orgullo
menos dura al mirarte.

Fuerza titánica,
deseo imparable de que
se arreglen los problemas con caricias
y
me regales ser tu prólogo todos los días.
Desayunar de tu sonrisa
y que te comas a mis miedos,
aunque sea por unas horas.

Y, me encanta también
sin ningún otro pretexto que hacerte reír,
que frunzas el ceño otra vez,
y hacerle cosquillas a tu mal humor de los lunes
mientras te tengo entre mis brazos
y pienso en lo imbécil que es
invertir tiempo en silencios que gritan
cuando podríamos salir y gritarlo.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Sonabas a canción triste

Hoy post para leer con BSO, espero que se os haga más mágico, aunque la canción sola ya es amor:)

Me encantaba observarte desde detrás del humo de la taza de café, mirando a un punto fijo y sin peinar mientras te retorcías del frío porque había dejado una ventana algo abierta - como excusa por si en un brote de cariño quisieras quedarte más cerca. Me creaba cierta nostalgia, porque sabía que te echaría de menos en cuanto cruzases la puerta y te fueses...aunque también sabía que tarde o temprano ibas a volver -o eso me gustaba creer.
Todavía te recuerdo entre las sábanas de mi cama mientras dormías -y eso que con el tiempo la imagen se ha ido emborronando. Te vivía en mi silencio, con la magia de algo cuando empieza. Y estabas allí, y no quería cerrar los ojos porque por un momento la vida me parecía menos puta contigo entre mis brazos, incluso a sabiendas de que eras el humo de mi último cigarro. Pero aun así...te juro que hubiese militado en cualquier partido político que prohibiese madrugar con el único pretexto de quedarme un par de horas más en la cama a tu lado, contando los lunares de tu pecho - y perdiendo la cuenta cada diez segundos para volver a empezar. 
Sonabas a canción triste, y mira que yo siempre decía que la nostalgia era la peor forma de morir. A tu lado era distinto. Echar de menos a veces es una muerte llena de vida, incluso un modo de ilusión. Esperar a que volvieses envuelta en una manta de frío mientras enero se apoderaba de mis huesos en aquel balcón. Tenías la llave de mi casa, aunque a menudo me preguntaba por qué razón te la di. Luego todo cobraba sentido cuando me quedaba allí esperando, por si en un repentino ataque de generosidad se te ocurría subir y tenerme entre tus brazos un par de minutos. No. Los hombres como tú no hacían eso. Tú jamás fuiste así. De hecho espero que no vayas a serlo nunca. 
¿Sabes? Me encantaba también imaginarte siendo todo aquello que no eras o haciendo todo aquello que tú nunca serías capaz de hacer. Verte aparecer por la puerta un domingo cualquiera, en que el mundo parece mi mayor enemigo. Cambiar tus labios por la boca de la botella por las noches. Mirarte de tan cerca otra vez que por momentos hasta te me hicieras doble.
Y aun así todo eso se te quedaba grande. Se nos quedaba grande. Yo tan en las nubes y tú tan en el suelo...

Esperar a que llegases y te quedases era demasiado absurdo. 

lunes, 4 de noviembre de 2013

Las botas de agua son para saltar en los charcos

La taza de té a mi derecha, las medias en el suelo y de manta el silencio -pero déjame los pies fuera, que sabes que aunque los tapes seguirán estando fríos. La cama de diez hectáreas, tú tan lejos y yo con tanto que decir y tan pocas ganas de hacerlo -lo de decir, digo.
Abre algo la ventana; ha llegado el otoño, ¿eh? Vuelven los días malos. Llevo pensándolo todo este tiempo, y puede que lo de madrugar tanto y esconderme por las tardes sea cosa de la luz. Sé que odiabas irte a dormir tarde así que yo también he empezado a hibernar, así ya no te echo de menos -ni de más, aunque peor castigo sería. Soluciones sencillas para grandes errores. Maldita la hora en que... bah, da igual. Da igual. Llueve sobre mojado. Ahora me retuerzo entre las sábanas esperando que mañana sea menos gris, o que se seque todo el agua que me ha calado hasta los huesos. Hondo, sí. Muy hondo. Lo divertido de la historia es buscar culpables: o yo por mantenerte lejos o tú por no entender de distancias. Siempre me enamoro de hombres con la cinta métrica atrofiada; demasiado cerca nunca era suficiente. Yo no quería que entrases ni tú querías pasar, pero al final entre una copa y otra acabaste metiendo el pie y sin darme yo cuenta te instalaste de escondidas. Y todo eso por no querer ver. Joder, qué rápido se me va la luz. Maldito gobierno, me he pasado el mes conspirando sobre por qué demonios quiere que se haga de noche temprano si la única cuota de natalidad que aumenta es la del miedo.
Y ahora nos necesitamos. Te necesito yo para hablar y tú para callar a mis demonios sin nada que decir. Mentira, necesitar es una palabra muy fea. No, no. No te necesito, porque ¿sabes? Yo jamás he necesitado a nadie ni tengo intenciones de hacerlo. ¿Lo ves? Ahora hasta los verbos me piden socorro y sin auxiliares, solo pronombres que nos poseen y hacen que nos poseamos.

Mírame, muerta de frío y saltando en un charco -al menos esta vez me he puesto las botas para hacerlo tranquila. Y cojo gripe, y llega el invierno y cada vez estaré más empapada.

Te prometo que me quedo tiritando y no me muevo con la condición de que estés dónde estés tú harás lo mismo.



sábado, 2 de noviembre de 2013

La culpa fue de la luna - con Anna S. Tribbiani

Anoche volví a enamorarme. Empiezo a pensar que padezco de "imaginación sin permiso". Así que aquí estoy, recorriendo una vez más con cautela varios años de caricias que han dejado cicatrices, aunque esta vez es mejor porque la culpa es tuya. Espera, echémosle la culpa a la luna... o puede que a mi complejo de gato. No, no te precipites. No es por lo salvaje, sino por lo curioso; prefiero encontrarte y morir en el intento. Le debo ya mil lunas a la noche, por cada noche que ha tenido que aguantarme maullando mis condenas en formato de elegía. No puedo permitirme echarle la culpa. Será cierto eso que dicen que la curiosidad mató al gato. Si así es, más me vale tener 7 vidas, aunque no sé si cuenta doble si mueres 7 veces por la misma causa. Si me dejan jugar esta trampa, te regalo todas mis muertes.
Aunque me apetece hablar de atardeceres. No sé si por el deseo de dibujártelos en la espalda, o simplemente por dejar que se me cuelen entre los dedos. ¿Sabes cuantas veces te he imaginado en mi cama? Guárdame el secreto, pero llevo un par de meses discutiendo conmigo misma sobre si debería llenar mis vacíos. El hueco de mi espalda cuando la arqueo al despertarme, el espacio entre mis labios cuando suspiro. Lo curioso es que por un momento tuve la sensación de que te diseñaron al milímetro. Créeme entonces si te confieso que tal vez sea un suspiro. Uno de los tuyos. De los que salen sinceros del crepúsculo de tus labios. Puede que de ahí me deje llevar por el compás de tus caricias y aterrice, sin querer pero gustoso, en los atardeceres de tu espalda, y simplemente dejo que la gravedad se encargue del resto.
De que todo caiga por su propio peso, como ese pelo que siempre te molesta tanto cuando te cae sobre la cara y te lo acabas apartando mientras te enfadas y te pones preciosa porque créeme, cuando frunces el ceño así y se te escapa la risa se me olvidan todas las quejas del mundo. Y es el mundo quién se queja entonces. Envidioso por que no sabe alcanzarnos. Porque no es algo que te enseñen en la escuela. Se aprende en casa, como cuando te vas a trabajar dejándome tu media sonrisa como paga y señal de que volverás para comer a las tres. Y me quedo a los pies de tu cama, sin cigarrillos, porque ahora me fumo tu sombra de ojos (que es mejor el vicio), mientras le escribo cartas a tu ombligo. Porque ya sabes que nunca me gustó trabajar, o no en algo que no fuese escribirte cartas para que te las fumases cada noche o dejases de leértelas. Trabajaba en luchas frustradas y vivir para contarlo, aunque los que no son de mi especie parezcan estar sordos
que enmudecieron el día en que me susurraste que no te gustaban los besos que sabían a tabaco. Y desde entonces, créeme que no me queda más remedio que esclavizar mi sangre en un tintero. Bien para dibujarte sin pulso firme (porque de eso ya no me queda), o bien para retratar tus osadías de los domingos por la tarde. Y mira que son muchas las horas que dedico a intentar ajustar tus silencios en pentagramas, y me encanta, porque siempre me cuesta salir airosa de esto

Creo que ayer me enamoré tras leer aquella frase que decía algo como "never give up on anybody, miracles happen everyday". No quiero que pueda influir en el quedarte esta noche o no, pero hemos vivido tanto juntas en mi cabeza que necesitaré una vida entera para contártelo. Suerte tengo de ser gato, aunque sea solo por esta noche, porque puede que con 6 vidas no me baste para hacerme a la idea que hoy la luna nos culpa a nosotras.







Anna S. y Ane Santiago

[ http://yellowfishbowl.blogspot.com ]