domingo, 1 de mayo de 2011

siempre hallarás luz.

Sólo sentía frío. Como un hielo deslizándose por mi espalda estando yo en el centro del más gélido glacial, y con una ausencia de luz absoluta.

La sensación de ceguera era demasiado grande cómo para descubrir de qué demonios se trataba. Intentaba palpar lo que tenía alrededor tratando de buscar algo que no conocía y sin embargo echaba en falta, aunque todos mis intentos fueron fallidos.

Estaba en un lugar desconocido, sola al parecer y sin ningún tipo de cobijo. El saber que no conseguirás abrigo de ningún tipo y que en caso de tenerlo delante no podrías verlo es mucho peor que sentir que tus huesos se hielan bajo una manta…

Con el paso de los días meditaba. A veces incluso lloraba, me asustaba la oscuridad absoluta. Aunque lo que más temía era tenerme en pie. No era consciente de ello, era algo que ni siquiera me planteaba. El haber entrado sin conocerlo y sin quererlo yo me estremecía. La posibilidad de escapar de lo desconocido era una entre un millón, y ahora que recuerdo aquella cueva, veo con claridad que lo que más me asustaba era alzarme y caer en picado contra el suelo.

Estuve largo tiempo sin valor de ver ni escuchar, tampoco de levantarme. Mis sentidos y mi persona no estaban preparados de ningún modo, sencillamente seguía las órdenes más simples que mi ser pedía: si sientes calor, ve hacia él.

Era la única manera de protegerme de la nada, saber que había algo que podía mantenerme viva, demostrarme que había una salida a pesar del miedo a buscarla. Me arrastré largo tiempo persiguiendo esos alientos que no entendía de dónde provenían. Tampoco me molesté en preguntarlo, a pesar de que el frío de la ignorancia es el peor de todos. Hasta que un día, ese calor habló. Me contó mil historias sobre la luz del exterior, sobre cómo mi piel se quemaría si en alguna ocasión tuviese la desgraciada suerte de salir.

No conocía más realidad que la que escuchaba, y de nuevo, en mucho tiempo, volví a sentir protección. Mi mente no descansaba en paz, aún así. Intentaba maquinar planes para poder saber qué demonios había fuera que podría causarme tanto dolor.

Hacía tiempo que no movía los brazos, siempre que me desplazaba hacia el calor lo hacía con impulso de mis piernas, que tampoco tenían valor de ponerme en pie.

Días, meses, años, quizás un lustro después hallé valor. Aquél extraño calor no me alentaba de la misma manera, ya no lo hacía siempre.

Me armé de valor y levanté los brazos. La sensación de movimiento me encantó… fue como si me fuese a elevar de golpe. Hice lo mismo con mis piernas, con las que tras varios intentos conseguí enderezarme. ¿Qué era aquello? Jamás imaginé que la palabra libertad pudiese saber tan dulce… Al sentirla también, percibí sobre mi cara algo que me incomodaba.

Subí los brazos y toqué mi rostro. Había extraño en él. No la recordaba como de costumbre. Toqué mis labios. Seguían siendo carnosos, tenían tres arrugas en medio y acabé por rozar de nuevo una sonrisa, ya ni siquiera la recordaba. Ascendí, mi nariz. Estaba cortada, un resfriado debía atacarme y mi preocupación por la oscuridad me pudo. Me flojeaban las piernas, no estaba acostumbrada a estar tanto tiempo de pie, así que me senté.

Una vez en el suelo intenté palpar mis ojos. No era capaz de distinguir aquellos bultos redondos que normalmente encontraba. Aquello me preocupó. Desesperadamente, empecé a cogerme la cabeza, como si de nuevo el frío, el miedo a perder el equilibrio y todo lo que había ya superado volviesen a mí. En aquél intento de desespero noté un hilo tras mi pelo. Estiré de él.

De repente una venda cayó de mis ojos. Al mirar hacia delante una luz más potente e increíble de lo que jamás había visto me estaba empezando a iluminar. Empezaba a salir el sol.

Solo necesitaba valentía. Había encontrado la luz, por mí misma. Había aprendido a levantarme a pesar de temer caer.

Todos tenemos la opción de ver. Pocos el valor de conseguirlo.