martes, 4 de septiembre de 2012

Tenían razón: los veranos cada vez eran mejores y el tiempo pasaba más rápido. A medida que pasaban los días te enfadabas con menos facilidad y aprendías a no darle importancia a aquellas cosas que no la merecían –también descubrí que era verdad aquello de que a medida que te haces mayor cada vez todo te da menos miedo-. Conocías unas cuantas verdades absolutas: las tormentas de verano eran rápida
s, el sol vencía a la oscuridad, ninguna noche era eterna y si lo era la culpa no la tenía el hombre del saco.
Cada vez tenías menos amigos y más conocidos, también era cierto. Te contaron que deberías aprender a vivir solo, pero no empezaste a creerlo fielmente hasta que te diste cuenta de que no podías poseer nada en absoluto, que todo era rompible.