viernes, 30 de mayo de 2014

A veces todavía me dueles

Apagué la música porque en ese instante con la lluvia me sobraba. Y no había nada más terrorífico en la vida que poner una valla frente a un abismo al que quieres lanzarte, o la propia nada que quiere alcanzarte a ti.

Lo que más me asustaba era que sucediese lo que algún día vaticinaba N. Que, tras intentos frustrados de descomponerla, aquella muñeca rusa fuese un fractal que en cada inicio volvía a bifurcarse y yo no supiese hacer nada al respecto salvo seguir corriendo hacia el horizonte y asfixiarme, como aquél que intenta atraparlo corriendo sobre el mar. Y retrocede. O se queda quieto en un punto, lo admira de lejos y se sienta, como decían que yo debía hacer, al lado de su muñeca que guarda como regalo tedioso en una batalla sin vencedor, pero sí con segundo premio. Yo no sabía quedarme, o, para ser mas precisos, no sabía dónde. Porque quedarse siempre implica estar en deuda con aquello que tomas, y yo no sabía si estaría a la altura de algo de tal envergadura.

E., en cambio, decía siempre que la tenía escondida para que no la encontrase nadie en algún lugar donde echó raíces mi conciencia, y que seguía corriendo porque una parte de mí sospechaba que, al igual que la tierra, el camino era redondo y todo era siempre una vuelta a casa. Que esa era la muñeca que yo había escogido, pero llevaba tanto tiempo cargándola a cuestas que hasta la carga que escogí me resultaba fatalmente ligera. Y yo no sabía de dónde había sacado sus lecciones de magia, lo que sí sé es que por un momento la carrera frenó.

Y fue entonces cuando apareció G. Y se fue. Y no por querer marcharse, sino por toparse con el normado nomadismo de alguien que por un momento creyó haber encontrado la órbita, pero decidió encender la música porque aun más que el vacío se cargaba de miedo el aire. Y recordé entonces el día en que abrí aquella última muñeca por primera vez y por la torpeza de aquél que descubre el amor cayó a la nada y yo salté tras ella, como una tormenta de verano que me obligaba de pronto a volver a correr, y a caer, y a correr.


A veces todavía me dueles.