martes, 15 de mayo de 2012

Podría tener el valor de empezar a escribir en paz, pero por no tener, no tengo ni un principio ni un final alternativo por si se estropea el feliz.
Rescataría el "ya sabes que jamás se me han dado bien los principios" pero acabarían por vetarlo al haberlo regalado a demasiados oídos.
Sí, suelo andar por cuerdas flojas porque tengo complejo de funambulista insaciable; el propio vértigo es el mismo motor que me roba el aire y me conduce. Y luego cuentan que me escondo entre las hojas de los árboles y que echo a correr hacia el claro del bosque y una vez vista vuelvo al lugar de origen; dicen que a veces, ni yo misma me dejo ver.
Y puede ser cierto, en ocasiones me escapo de las últimas tendencias mentales para yacer en mi edén  mientras me repito a mi misma que un día de estos dejaré de ser la niña de las nubes -o no-, que ya está bien de deambular por utopías si después no las traspaso al rumbo de mis pasos.
En realidad no me importa.
Tratar de pintar el mundo de negro para asombrarme con un charco de pintura es muy práctico los lunes, pero la verdad es que cuando llega el jueves noche empieza a preocuparme el pincel que llevo tras de mí a modo de cuchillo...

miércoles, 9 de mayo de 2012

Buscabas un cambio y me dijiste que te faltó tiempo; que no habías podido reflexionar sobre tus errores, tus defectos y tus virtudes pero que lo intentarías de nuevo por mi.
Yo te respondí que los cambios debían hacerse hacia dentro, para uno mismo, pero ahora me di cuenta de que estaba equivocada.
Ni tú ni yo debíamos cambiar; ni para nosotros ni para nadie.
El querer es un gran juego de espejos en que la realidad a medida que pasan los días se deforma: se dilata, se encoge, toma formas surrealistas y hasta desagradables.
Con el tiempo he comprendido que tras esos espejos hay una realidad muy clara que acaba siendo querida con sus verdaderas caras feas, pero también con las más hermosas.
Fue entonces cuando te dije que había sido un error pedirte que jugases con una baraja que no fuese la tuya.
Y me miraste, y me preguntaste que qué había sido aquello que me había hecho cambiar de opinión.
Yo simplemente respondí que me había dado cuenta de que a los demás se los quiere libres y transparentes.
Me devolviste una sonrisa melancólica y me comprendiste, volviste a envolverme entre las mismas sábanas y simplemente dijiste "te entiendo".
Por eso hoy te quiero aún más que ayer

miércoles, 2 de mayo de 2012

Me gusta el aliento de la soledad en mi espalda porque en el fondo me hace creer que detrás de mi sigue habiendo compañía. Y es que me siento mal sin nadie pero a gusto conmigo misma, y me siento bien acompañada aún sin rumbo ni destino.
Me gusta cuando estás tú y no estoy yo, porque entonces estamos nosotros y al irte poco a poco parece que ese conjunto se vaya disipando manteniendo una fuerza imantada que me recuerda que volveremos a vernos, como si el tiempo fuese circular y aquel instante fuese a repetirse mil veces.
Me gusta cuando me miras porque me da la sensación de que por un momento somos todo para siempre; para siempre en ese instante concentrado en la emoción de un latido, pero en un infinito que acaba terminando en nada.
¿Qué importa si hemos sido o si seremos? Si hoy por hoy podemos decir qué somos. Y, ¿qué somos? Algo, casi mucho, casi poco o casi nada. ¿Hasta cuando? Días, meses, años, segundos...déjame que robe el instante y en mí se haga eterno para... ¿Para qué? Para siempre. ¿Infinito? No existe. ¿Entonces...?


Es curioso como somos todo, nada y para siempre en un jamás.