lunes, 28 de octubre de 2013

Te quiero.

Posiblemente no exista historia de mayor tormento -o sí, pero después de todo le tengo cariño a ésta- aunque me atrevo a decir que tampoco exista mayor historia de amor.
Te quería como se suelen querer aquellas cosas que están obligadas a ser queridas: a ciegas, sin demasiado entusiasmo pero a ciegas. Como se solía querer en el siglo dieciséis, con distancia de por medio y millones de palabras -ya sabes también, que para bien o para mal nunca tengo la boca cerrada. No siempre buenas. En toda novela realista se toca el drama, y a nosotros nos tocó la ración triple.
Pero eso me gusta. Posiblemente sea porque es una de las mayores lecciones que me ha dado la vida acerca de cómo mirarla a ella y a todo lo que me rodea. Cómo hurgar en lo desconocido y que de pronto algo que siempre había tenido al lado de pronto brille más fuerte que nunca. Conocerte. Sí. Conocer a alguien después de llevar muchos años compartiendo tu vida con él es una de las cosas más maravillosas que pueden pasarle a cualquier ser humano de la tierra, y más cuando se da cuenta de que tiene delante una especie de espejo.
No te echo de menos porque me acostumbré a vivir sin verte, pero sobretodo porque ahora más que nunca te siento cerca. Por una vez me da la sensación de que lo que tengo y lo que siento hacia alguien no es una imposición social. Algo que hay que tener porque así nos sentimos mejor. No. Sabes que no creo en las posesiones, y eso es lo mejor de todo. Que vuelas libre conmigo.

Y...¿sabes? Tienes las alas más inspiradoras de la tierra. Con las palabras constancia, trabajo, dedicación, amor y sinceridad grabadas a fuego. Ojalá algún día vuele tan alto como tú, aunque no dudo que podré conseguirlo si me sigues mirando así, como si estuviese un palmo por encima y ya divisases toda mi trayectoria.

Después de todo, lo que importa es que te has convertido en alguien necesario para mí. Y sí, sé que la palabra necesitar me impedirá crecer en algunos aspectos, pero es que me la suda. Me la suda porque quiero dedicarme todos los años de vida que nos quedan a enseñarte a dar abrazos, hasta que consigas dejarme sin aire.

Eres la mejor sorpresa que la vida podía darme. Y esto, señores, es amor.

Te quiero Aita.






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