domingo, 3 de febrero de 2013

Acostumbrados a acostumbrarnos -y disculpen la redundancia.

El tiempo hace las cosas especiales. Cuando los momentos se convierten en recuerdos los magnificamos, los colocamos en pedestales y creemos que jamás encontraremos otra oportunidad de llegar al mismo punto porque son cosas del pasado, y el presente siempre es peor. Siempre hay queja.
Así de absurdos somos. Nuestro cerebro sólo es capaz de asimilar la belleza de las cosas una vez se desvanecen porque estamos acostumbrados a acostumbrarnos - y disculpen la redundancia. Es obvio que saldrá el sol, es obvio que te dará los buenos días, es obvio que cuando te vea va a sonreírte. Pero tú no te levantarás y te maravillarás mientras ese sol sale, ni verás de nuevo la magia que esconde esa mueca risueña -¿te has preguntado qué pasaría si mañana no amaneciera? Probablemente lo echarías de menos, al igual que esa alegría tangible si de pronto la persona equis desapareciese un par de días.
Ignoramos lo obvio y buscamos lo absurdo pensando que quizás va a hacernos más felices. Y después nos lamentamos. Decimos “vaya, que bien estaba”. Nos casamos con el imperfecto de indicativo porque permitimos atardeceres eternos. Y todo por las putas costumbres: las mismas que nos hacen hablar de monotonía pero que nos destrozan si fallan.
Mírate un momento tú que lloras, diciendo que ayer eras...ayer también llorabas, pero ayer parecía mejor porque hoy ya no duele tanto. Hoy será tu recuerdo feliz de mañana.

Así que vive hoy.

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