miércoles, 17 de febrero de 2010


A penas habló. Se limitó a permanecer inmóvil frente a la chimenea observando cómo se prendían sus recuerdos. Junto a las llamas veía consumirse las cartas que jamás llegó a enviar.
Ardían en ese fuego un mar de sensaciones.
Cobardía, errores rectificados en un momento inadecuado.
El olor a tinta fluía en el ambiente.
Seguía sin decir nada. Solo esperaba. Esperaba a que se quemasen los aviones de papel donde voló. Todos aquellos folios que escucharon sus historias y ruegos.
Y de pronto rompió a llorar. No por el hecho de estar quemando sus recuerdos, sino porque en realidad era ella la que ardía.
Olvidó que toda la tinta venía de su corazón.

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