jueves, 11 de junio de 2015

Feo

Se le dibujaba sobre el labio una cicatriz curiosa. Lo justificaba diciendo que era culpa de las “ideas de bombero de cuando era un niño”, y yo me reía por dentro pensando en que siempre queremos lo que no podemos tener mientras rechazamos lo que somos. Tanta capacidad de incendio para después querer ser ascuas o apagarnos.

Era feo. Feo con avaricia, como dijo mi abuela la primera vez que lo vio. Tenía los ojos pequeños y al reírse no veía un pijo. Los dientes mal puestos, la nariz grande, se peinaba poco. Dormía en una habitación pequeña con una cama demasiado ancha y el suelo demasiado frío. Armarios demasiado grandes, como para guardar todas las ausencias del mundo y dejar que el invierno se quedase allí y no cambiar la ropa nunca. No tenía puerta pero sí una ventana grande. “Por si algún día me da por saltar”, bromeaba, pero en el fondo yo sabía que eso era solo otra forma de volar. Vivía demasiado arriba.

Era feo. Feo de los que están llenos de cicatrices que cuentan historias de las que nadie escucha. Feo. De los que cansan por hablar demasiado de cosas que nadie entiende. Feo de no estar comedido, de no estar controlado. Feo, como cuando se hacía demasiadas preguntas. Como cuando coleccionaba libros sobre temas absurdos y se quedaba encerrado en su habitación. Seguía siendo feo. Con esa sonrisa incendiaria por la que jamás saltarían alarmas, y su manera de mover las manos mientras soñaba. O la de abrir los ojos cuando lo hacía.

No lo sé, pero era feo. Feo de brazos grandes y pecho egoísta, buscando siempre regalar un aliento de más y un llanto de menos, queriendo dar sin necesitar, porque necesitar era una palabra muy fea. Feo, cuando se abría a mí y de pronto los abismos se volvían universos llenos de luz. Feo cuando el absurdo era la necesidad de palabras, el dudar del verbo estar, carecer del verbo ser. Era feo cuando dudaba y cuando hacía, pero hacía siempre.

Y estaba lleno de heridas, y a veces sangraba. Y después sonreía, y me miraba con cara de lunes diciendo: “hoy se empieza de nuevo”. Y mordía el polvo, lo soplaba, y parecía que siempre se quedaba con hambre. Y me esperaba en esa misma esquina por la que nunca pasaba nadie excepto yo cuando quería llegar a casa por un camino distinto. Y estaba ahí, y era feo. Horriblemente lleno de alma, otra vez con la cicatriz sobre el labio.

“No te apagues nunca”, le dije un día. Y él no me entendió.

Lo observé de lejos mientras me esperaba. Por la misma calle pasó otro chico de largo y se lo quedó mirando. Era feo. Él sin embargo era guapo. Tenía una planta maravillosa y parecía que la ciudad se vistiese para saludarlo todos los días. Andaba recto, sin perder la compostura. De esos que cortan la respiración cuando los ves venir.

Pasé otra vez la esquina, y para aquél entonces el feo ya no estaba. Había subido a su habitación otra vez. “Peligro de incendio”, rezaba su ventana.

“El mundo necesita gente que arda”, grité desde la acera.

Entonces salió, hizo una mueca extraña y me invitó a subir. Y yo volví a observarlo pensando que era feo. Feo de esos que te enseñan que quizás la belleza era otra cosa.

sábado, 2 de mayo de 2015

Podemos seguir así

Podemos seguir así, o podemos empezar a quitarles el corsé a las medias tintas. A escribirnos más de lo que nos decimos, a decirnos todo lo que nos callamos. 
Podemos seguir así, o podemos empezar a esprintar aunque la vida sea una carrera de fondo. Podemos querernos y dejarnos para soltarnos y tocarlo. Podemos aprender a escalar.
Podemos seguir así, siendo un polvo de valor medio en el centro de la campana de Gauss, o podemos dejar que el viento nos lleve hacia la derecha. O dejar de ser opciones para convertirnos en excepciones.
Podemos seguir así, usando títulos nobiliarios con las personas equivocadas, o podemos asaltar el castillo a media noche. Proclamar la tercera República, empezar la revolución. Celebrarlo en la cama del rey como golpe de estado. 
Podemos seguir así, con la angustia comiéndonos por dentro esta noche, o podemos tener esta noche para comernos la angustia y ceder.
Podemos seguir así, poniendo cara de martes, queriendo con cara de perro, follando con alma de extraño. Leyendo con ojos ajenos, tocando pero sin manos. Volando sin viento y no libres, huyendo hacia los mismos brazos. Podemos seguir así, o podemos parar aquí. 
Parar aquí y seguir juntos
pero en otro lado.
Y que todo lo que quede a medias
sea porque entre los dos lo completamos.

sábado, 28 de marzo de 2015

Las palabras

Tu amor nunca fue el mismo que el mío.

Recuerdo que por mucho que me esforzase, la mayoría de veces no eras capaz de entender mis palabras, lo que aumentaba mis sospechas de que al fin y al cabo simplemente fuesen eso: palabras. Paredes rígidas que sirven de receptáculo a imágenes mentales, hogar platónico de las ideas. Letras sucediéndose una tras otra, líneas de puntos. Casillas que marcar, incluso a veces listas clasificatorias.
Carne de diccionario y de todo aquello que podemos tocar, de todo aquello que toca con los pies en el suelo. Un sujeto y predicado que tomaban significado en base a un contexto, millones de acepciones.  Al fin y al cabo, palabras.

Con el tiempo entendí que las palabras verdaderamente importantes no caben en un diccionario porque nadie ha sabido definirlas con precisión; o, para ser más exacta: puede que esas sean de las que somos verdaderamente responsables, por ser las definiciones que escribimos nosotros. Creo que por eso no supiste entenderme nunca.
Y es que a mí el amor de la Rae, ese “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser” me resultaba incluso más insuficiente que tu ausencia, o mis ganas de suplirla por un pecho en que apoyarme.
Tu amor nunca fue el mismo que el mío, y la humanidad lleva años sintiéndose culpable por el fracaso de algo que parte de una raíz tan simple como las definiciones, el usar bien el vocabulario; y es que las palabras verdaderamente importantes empiezan a tomar sentido cuando alguien consigue que sintamos lo que quieren decir. Somos responsables de los diccionarios ajenos, y puede que por eso sea tan importante construir el propio.

Viví muchos años utilizando la palabra “fe” en vano, al igual que “compromiso”, “lealtad”, “suerte”, “amistad” o “amor”. Puede que todos lo hagamos porque en Hollywood son expertos en ponerle cuatro paredes a algo tan intangible como eso. Entonces entendí que la fe no era un amigo invisible a quien hablarle cuando una se siente sola, sino respirar hondo y confiar en la efe de fuerza. Que un hogar puede que en el fondo no fuesen más que dos brazos en los que siempre nos sentimos a salvo, que el compromiso sabía más de aviones que de anillos, y que la suerte estaba hecha mitad de amor y mitad de trabajo. Que la amistad y el amor eran muy parecidos y necesarios, y que darse cuenta de todo ello era el primer paso para sentirse viva. Para no solo ser, sino saber que estaba siendo. Que todo eso de los principios tenía que ver con todas nuestras acepciones.

Tu amor nunca fue el mismo que el mío, porque los definimos en dimensiones distintas, y nadie nos contó que los seres humanos podíamos entender algo tan universal con un millón de matices. Nos vendieron el amor y lloramos por creer haberlo estropeado, sin saber que quizás es que no supimos entenderlo. No usamos bien las palabras, no nos dijeron que se debía leer entre líneas para entender que las palabras verdaderamente importantes, lo son por todo aquello que no son al definirse.  


Y puede que la poesía en el fondo sea eso: lo que hace que las palabras dejen de ser simplemente palabras.

sábado, 14 de febrero de 2015

Amor propio

Cambié
tus “casi” y tus “pero”
por mi “hoy”,
mi “soy”
y “mañana seguiré siendo”.

Vendí
los imposibles,
los improbables,
los desesperados,
todas las semifinales
a un cobarde
que solo quería prefijos
para su prólogo.

Cambié
el abalanzarme
por un mirador al precipicio,
y entrené el salto de altura
para que la presión al subir
no fuese nunca más
un dolor de cabeza.

Cambié los medios
y los miedos
por la medida universal
más precisa del mundo:
poner el alma entera
y querer;
querer hasta que duela,
y dejar de hacerlo
justo cuando empiece a doler.

Cambié el amor no merecido
por el correspondido
(a sabiendas
de que el mismo
es unidireccional).

Cambié mi aliento en el aire
por dos pies en el suelo
y el pelo en las nubes.
Vendí a todo mi yo adulto
y compré de nuevo
la licencia para soñar.


Cambié
que el domingo
fuese el día de la fe
por tener algo de fe
todos los días.

sábado, 27 de diciembre de 2014

29 D

Desde hace tres años
solo me salen las cuentas
cuando “uno”
es un número par.

La ecuación de nuestras causas
tiene como resultado esta casualidad;
como todo lo que llega
para hacernos la vida más fácil.
Eres la banda sonora del cuento
que sigues creyendo en secreto cuando creces.
Eres esperanza,
eres sueño,
eres luz.
Eres el espejo en el que mira la vida
cuando no tiene fuerzas para encontrarse,
y sin buscarlo al fin se halla…
sin querer,
pero habiéndolo deseado siempre.

Y qué te diré que no sepas,
si mis miedos juegan con los tuyos
a plena luz del día
en forma de verso,
de vaso,
de beso
o de carcajada;
saben los cómplices
que el talón de Aquiles de un monstruo
se esconde en un “yo también”.
Tengo comprobado contigo
que el valiente
es siempre también el afortunado.

Qué jodido es ser musa
cuando el retrato es prácticamente un reflejo,
y sin embargo entiendo tanto
todo eso que dicen
sobre el amor propio,
que desde fuera uno es distinto,
y bla,
bla,
bla…
se me hace tan fácil quererte
sin necesidad de excusas,
contigo como único argumento,
que cada vez que intento que mires
desde mis propios cristales
en el reflejo veo razones
por las que quererme a mí,
y lo mejor de todo
es que tú ya me las das todas.

Me dijiste el otro día
que la vida me dio el don
de convertir en arte el dolor…
pero contigo al lado
consigo lo imposible:
darle forma a la alegría,
volver a creer en la magia.

Que se aparte el mundo entero,
y te den la mano los cobardes.
Contigo el vértigo aprendió
que la altura no entiende de centímetros,
sino de la capacidad de saltar,
y de inventar modos de hacerlo.
Mientras existan personas como tú,
siempre quedarán excusas para soñar.


Te quiero. Te quiero como nosotros sabemos que se puede llegar querer.  Feliz cumpleaños, my soulmate.


lunes, 17 de noviembre de 2014

¿Para qué quieres ser inicial

si ya sabes que eres la única?
Que yo sé que cuando halagas
ya me pides sin pedir.
Y sé en qué momento
la risa se nos escapa,
el mundo se nos queda pequeño
o debo empezar a huir. 
Principio de mis finales,
pies sobre los que ando.
Compañera de vida
y, sin osadía alguna
excepción para las normas:
nada es para siempre
excepto lo que nunca deja de ser. 
Y sé que a veces te escondes
y no hay puerta que oculte tus patas.
Te pones tan fea cuando mientes,
y tan guapa cuando sientes
que a veces me parece injusto
que eclipses tu propia luz. 
Aquí tienes tu poesía:
la de un lunes tan común
o tan extraordinario como cualquiera.
De mí, que soy el principio
para el final de la historia
que no deja de girar
y no termina nunca:
Que me quede siempre tu risa,
tu llanto repentino,
tu no saber cuando parar.
Tu don para hacer que reviente
a la par de nervios
que de alegría.
Tu alma cuando empiezas a bailar
los alientos que me das
cuando cualquier cosa termina.
El no saber estar callada
el hablar demasiado alto;
haber roto todos los umbrales,
porque solo quien cree no estar a la altura
se permite el lujo de no parar de crecer. 
Y con todo esto decirte,
que la única evaluación ajena que necesitas
es la que te ajuste la óptica:
eres maravillosa cuando te despiertas,
sin maquillar,
cuando te pones pesada.
Cuando no te pones nada
y todo lo dejas pasar.

Ojalá todo el mundo pudiese conocerte así. 



jueves, 4 de septiembre de 2014

Para A. los días en que se le olvida como brillar

Sé que te asusta septiembre 

Porque te comen las nubes.
Empiezan los finales
Y acaban los principios.
Y una nunca está preparada
Para decir adiós,
Por mucho que nos eduquen. 


Pero también sé
Que no existen batallas
Para quien no puede lucharlas.
Que no existe victoria
Para el que no mordió el polvo.
Y que la mayoría de veces
Es quien observa desde fuera
El que recibe más golpes
En su coraza. 


Y también sé qué es despertar contigo
Ver a tus demonios pasearse
Y que no tengan valor de hacer más
Que pisarte los talones
Arrancarte la ropa
Y ver como desnuda
Resurges de tus entrañas
Sin contarle nada al mundo. 


Sé que detrás de tu sonrisa
Se esconden mil arañazos
Curados con los años
A base de caricias propias.
Y sé que en el fondo
Cada vez que hablas de dolor
Es porque el mismo se te escapa
Pero incluso así
Incluso así, amiga
Te veo mucho más fuerte. 


Y ¿por qué no?
Pienso que la vida no da lo que le devuelves
Si no lo vas a buscar tú.


Pero sí sé
Que puedes
Que sabes
Que sientes
Que mueves
Que tienes
Las ganas de luchar del mundo. 


Que has salido ya de mil desiertos
Y no te amarga el mil y uno.
Porque así es tu vida con un retrovisor:
La mirada fija para ver qué viene
Y un punto muerto para ver lo que se va.

Siempre consciente de que el tiempo
No se mide por veranos
Ni por inviernos;
Ni siquiera por febreros
Que te hacen recular. 


Que la vida es una sola
Y los cambios son constantes.
Que muchas veces el uno
No debe ser una suma de dos.
Y que la mejor compañía en la tierra
Se debe labrar en dos brazos:
Los de una misma. 


Que tu piel se volvió atópica
Para poder soportar el fuego
De un alma de verdad
Que sabe volar por si misma.
Y que tus huesos saben ser fuertes
Fuertes por si solos.
Y tus piernas saben ser largas
Para que llegues donde quieras. 


Pero solo quiero
Y solo espero que sepas
Que por mucho que tus luchas lleguen
Siempre podrán ser nuestras