martes, 4 de junio de 2013

L'essentiel

Siempre andaba con la cabeza gacha y, sus ojos, más que azules, a veces se me hacían grises. Gris, esa era la palabra. Era gris. Cuando le preguntabas por qué no sabía darte motivos; simplemente que le faltaban ganas, o que no se veía capaz. Yo me preguntaba a menudo qué era lo que podía llevarle a ese estado de desánimo continuo y de roto permanente. Creo que nunca se molestó en buscarle color a lo que le rodeaba. La mayoría de veces no necesitamos grandes cosas; es más, yo creo que nos basta con lo mínimo. Un abrazo que te abra el alma de par en par, la sonrisa de un niño en el tren, contemplar la belleza del paisaje que pasa cada día por delante de tus ojos al que no prestas atención. El aire caliente en la cara, un escalofrío, o una tormenta de verano acompaña de café y un buen libro. El contacto de los pies al rozar el parqué al descalzarse, una canción que no esperabas escuchar, el color del atardecer  y el olor del mar. La sensación de haber aprendido, quedarse cinco minutos más remoloneándose en la cama, dos versos de Neruda que te hacen creer de nuevo en el amor. Un orgasmo, un beso en el espejo, el pintalabios rojo de vez en cuando. Ver a alguien querido después de mucho tiempo, conocer a una persona universo, expandir el universo propio. Reír hasta que duela el estómago, llorar cuando hace falta a lágrima viva, sanar heridas. Encontrar nuevas pasiones, pensar, pensar mucho y sentir más. Sentirte comprendido, sentirte comprendido y querido por ti mismo. Cerrar los ojos para ver, soñar despierto, amarte mucho y muy bien.

Y sobretodo asumir que el arma para ser felices lleva nuestro nombre y apellido y tiene fuerza para todo, porque todo está en ella aunque no se pueda ver. Para las alegrías, las penas y los sueños frustrados. Aunque nadie crea en ello, hoy yo sí voy a hacerlo en ti.

No te rindas.


 

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