martes, 3 de agosto de 2010

Luna era una chica normal. Estatura media, ojos marrones, pelo castaño y largo. Tenía una vida normal, con un trabajo normal, sueños, ilusiones. Nada descartable en la vida de una persona corriente. Mario era alto, atractivo, ojos verdes. Tenía una vida de ensueño.
El tiempo puso a cada uno en su lugar, a ella en un hogar cálido y espacioso, y a su lado estaba él, feliz, lleno de gozo.
El paso de los años no es embalde, y cada vez que llegaba él a casa la veía más gastada, ya no le atraía, ya solo la quería para poder seguir.
Allí yació la princesa de las tinieblas durante largo tiempo. Limpiando la casa y los rasguños de su corazón.
Un buen día se decidió. Quizás no era la ocasión ni tampoco el momento, pero así lo quiso. Se armó con un par de cacerolas, con toda su ropa se fué. No dijo nada. Tansolo dejó un papel escrito en el que ponía : "Parto hacia un lugar donde pueda brillar con luz propia".
La casa se llenó de soledad, de llantos y gritos.
Qué ingrato hombre, creyó que por pisar la luna ya había conseguido a su estrella...

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