miércoles, 3 de marzo de 2010

Paul

Era un dia de marzo como cualquier otro. No había nadie en casa, y no se oía ni un ruido por los pasillos. A penas se apreciaba señal de vida alguna, solamente se escuchaba de lejos el tenue y misterioso silbido del viento.
Paul se sentó en su cama y miró por la ventana. Llovía. Odiaba la lluvia.
Observaba cómo la gente paseaba bajo su paraguas por la ciudad. - Es tan gris Barcelona cuando llueve...- Se dijo a sí mismo. En realidad los envidiaba y no sabía por qué. Aquél niño que estrenaba sus relucientes botas de agua y saltaba de charco en charco, o aquella pareja de adolescentes besándose bajo un portal. Odiaba ver sonreír a los demás. Lo odiaba quizás hasta más que a la lluvia.
Miró a su alrededor y alcanzó el álbum de fotografías que le regaló su madre cuando cumplió diez años. Lo abrió y releyó la dedicatoria escrita con una pésima caligrafía: " Aquí tienes todo lo que te ha hecho feliz durante un lustro. No olvides jamás de donde vienes, de esa manera siempre sabrás que camino tomar ". Por primera vez en mucho tiempo lo ví sonreír desde mi ventana.
Era precioso. Tenía una perfecta dentadura y al dibujarse esa inocente sonrisa de niño pequeño en su cara me pareció aún más adorable. Mientras yo permanecía escondida tras la cortina él pasaba los folios con un énfasis asombroso. Observaba cada fotografía durante diez minutos y desviaba su mirada hacia la siguiente.
Me fascinaba su manera de mirar las cosas. Sin tan siquiera oír lo que decía ni ver por sus pupilas me daba cuenta de que buscaba siempre un pequeño detalle que le hiciese sonreír.
Ese fué el día que me enamoré de él.
Durante meses estuve observando cada paso que daba, y buscando cualquier excusa para pensar que su objetivo era acercarse a mí.
Una noche tuve una pesadilla y desperté. Mi cabello era una balsa de gotas de sudor frío. Abrí la ventana para tomar el aire y allí estaba él de nuevo. Sentado mirando cómo las gotas de lluvia mojaban su rostro.
Cansada de mirarlo sin poder hablarle me armé de valor y le dije:
- Deberías de entrar a casa, si sigues aquí fuera podrías resfriarte.
No contestó. Se limitó a mirarme sin a penas gesticular.
Aquella mirada me inquietaba, me atemorizaba. Pero al mismo tiempo no podía apartar mis ojos de los suyos. Recordé el día que lo ví sonreír.
- ¿Qué hay en ese álbum que siempre observas cuando llueve? - Dije sin poder contener el impulso.
Pero seguía sin hacerme ningún caso.

De repente desapareció. Se esfumó cómo el humo de un tren al pasar.
Entonces descubrí la verdad.
Aquello que tanto observaba no era ningún chico, sino un reflejo de mi misma.

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