Era maravilloso emplear tanto tiempo observando algo que había visto tantas veces, y sin embargo tenía la capacidad de maravillarme con sus propios detalles. Entonces un pensamiento inundó mi mente por completo y me hizo agachar la cabeza; tenía las mismas vistas todos los días, y sin embargo, hasta que no se apagaba la luz no me daba cuenta de cuanto me gustaba aquel lugar. Entristecí rápidamente, porque me di cuenta de que a veces, los seres humanos también actuamos así. Dejamos la luz encendida siempre, tanto que al final nos acostumbramos a la ceguera que provoca y después no nos molestamos en buscar el interruptor.
Y no quise. Me aterró la idea de pensar que quizás tenía varios focos encendidos, y que muy probablemente muchos otros lo tenían encendido hacia mí. Así que me quedé en la azotea disfrutando de las alturas, y dándome cuenta de que a veces es mejor apagar la luz un minuto que perderla para siempre.
Porque nadie se merece que necesiten perderlo para saber que algún día lo encontraron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario