martes, 26 de febrero de 2013

Todo lo que buscaba

Conocía las paredes y los muebles de aquella habitación mejor que nadie: cada clavo, cada tabla de madera del parqué. Había millones de mantas sobre la cama que había tejido y vuelto a tejer mentalmente millones de veces con todas aquellas complicadas tramas sin ningún tipo de dificultad. Sin pensarlo podía decirte el peso y la masa del armario y lo mismo sucedía con el pupitre, las estanterías, el sofá y todas las lámparas -aunque a alguna se le hubiesen fundido las bombillas. Ningún otro ser era capaz de controlar aquel lugar del modo en que lo hacía ella, ni de mover todo lo que había dentro para que no la encontrasen. Era insoportable: no dejaba entrar a nadie , y si lo hacía por vías ilícitas -corazones y demás- era incluso capaz de cambiar de tamaño y escurrirse por aquellos parajes salvajes ante ojos ajenos. Y aquello era una norma general: cuando alguien la buscaba siempre huía;  incluso cuando era ella misma la que entraba en la habitación, una parte se dedicaba a mover los muebles en una especie de juego macabro para que el escondite siguiese y quedase ese frágil intocable.
Aunque no duró demasiado, porque un alma siempre se encuentra. 
Después de dedicarse a correr entre aquellas cuatro paredes durante mucho tiempo empujando mesas, armarios, camas y demás un día se decidió a descansar y ponerse a dormir...fue entonces cuando entré sin miedo y empecé a destapar todo y a ponerlo en su lugar, y sin querer me encontré a mi misma sonriendo dulcemente bajo las sábanas con los ojos cerrados -me imagino que soñando-...y hallé en ello toda la calma que durante un tiempo yo quise confundir con caos.

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