lunes, 29 de noviembre de 2010

La verdad es que llevo ya un tiempo sentada en este acantilado mirando la caída libre.
Supongo que todos conocéis la sensación del viento soplando en tu oído. Aquí arriba ese viento me habla, no tengo más compañía. Jamás me ha molestado. Es más, creer que había alguien allí detrás susurrándome lo que yo quería escuchar me confortaba. Pasó todo aquél invierno y jamás dejó de acariciarme y regalarme escalofríos. Me hacía sentir tan viva...
El tiempo pasa para todos, hasta para aquellas sensaciones. Llegó el verano de pronto y se llevó aquellas ráfagas de mi propia existencia. Desaparecieron y se esfumaron sin despedirse.
A pesar de lucir siempre, aquél sol no calentaba. Era sencillamente una luz que no me dejaba ver. Sólo alumbraba mi pena, que me acercaba más a aquél pozo del cual yo quería huír.
Una noche, de pronto, escuché una voz. Era de nuevo el viento, para acompañarme. No me contó nada, sencillamente dijo: "La luz que tu necesitas, no te la dará esta oscuridad".
No entendí cómo ni por qué, pero volvió a irse. Desde entonces no he vuelto a verlo...

Tras dos años frente a este mar eterno llamado vida creo que voy comprendiendo poco a poco lo que quiso decirme. Vivimos buscando siempre una perfección de un instante pasado. La compañía de algo que creemos que permanecerá eternamente.
El camino no es el que te marcan, sino el que tú a base de arrastrar tu espada cargada de lecciones, consigues abrir cueste lo que cueste.

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