Apagué la música porque
en ese instante con la lluvia me sobraba. Y no había nada más terrorífico en la
vida que poner una valla frente a un abismo al que quieres lanzarte, o la
propia nada que quiere alcanzarte a ti.
Lo que más me asustaba
era que sucediese lo que algún día vaticinaba N. Que, tras intentos frustrados
de descomponerla, aquella muñeca rusa fuese un fractal que en cada inicio
volvía a bifurcarse y yo no supiese hacer nada al respecto salvo seguir
corriendo hacia el horizonte y asfixiarme, como aquél que intenta atraparlo
corriendo sobre el mar. Y retrocede. O se queda quieto en un punto, lo admira
de lejos y se sienta, como decían que yo debía hacer, al lado de su muñeca que
guarda como regalo tedioso en una batalla sin vencedor, pero sí con segundo
premio. Yo no sabía quedarme, o, para ser mas precisos, no sabía dónde. Porque
quedarse siempre implica estar en deuda con aquello que tomas, y yo no sabía si
estaría a la altura de algo de tal envergadura.
E., en cambio, decía
siempre que la tenía escondida para que no la encontrase nadie en algún lugar
donde echó raíces mi conciencia, y que seguía corriendo porque una parte de mí
sospechaba que, al igual que la tierra, el camino era redondo y todo era
siempre una vuelta a casa. Que esa era la muñeca que yo había escogido, pero
llevaba tanto tiempo cargándola a cuestas que hasta la carga que escogí me resultaba fatalmente ligera. Y yo no sabía de dónde había sacado sus lecciones de magia,
lo que sí sé es que por un momento la carrera frenó.
Y fue entonces cuando
apareció G. Y se fue. Y no por querer marcharse, sino por toparse con el normado nomadismo
de alguien que por un momento creyó haber encontrado la órbita, pero decidió
encender la música porque aun más que el vacío se cargaba de miedo el aire. Y
recordé entonces el día en que abrí aquella última muñeca por primera vez y por
la torpeza de aquél que descubre el amor cayó a la nada y yo salté tras ella,
como una tormenta de verano que me obligaba de pronto a volver a correr, y a
caer, y a correr.
A veces todavía me
dueles.
Mi G., a veces todavía me duele también..
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