El resto de humanos sin embargo perdemos el 90% de nuestro tiempo recordando que debemos olvidar -el pasado que nos persigue, el error que cometiste aquel día y todavía no te deja dormir, el amor de verano de hace tres años, lo que dijiste y te llevó a arrepentirte para siempre, lo que no dijiste, lo que dejaste de hacer...- para acabar recordándolo todo en el último minuto.
Empiezo a pensar que ese memento se nos aparece por el simple hecho de que huimos durante toda nuestra vida de lo que hicimos mal, y la última palabra la tiene siempre el subconsciente. Maldito sea: se apodera de los sueños, doma los miedos y además se permite el lujo de controlarnos.
El otro día lo estuve pensando, y creo que la única manera de deshacerse de todo el ruido que genera es saturándolo. Puede parecer tonto, pero es simple: si llenas un vaso de agua sin parar, se desborda. Si hinchas demasiado un globo, explota. Si te sacias un recuerdo, desaparece.
No hablo de trastornos obsesivo-compulsivos, ni mucho menos, sino de sinceridad. Ejercicio de espejo por vicio, contarnos toda la verdad de golpe y pensar en ello hasta que duela y podamos curarnos.
Y así mueren los recuerdos. Un día de pronto todo vuelve a ti, regresa el pasado lleno de maletas semiabiertas por delante de tus ojos y no sientes más que dolor, un dolor que ni siquiera recordabas porque creías que lo habías dejado atrás. Saludas, y no tiene ni la educación de mirarte. Pasa y da la espalda, no ofrece ni pizca de ayuda. Y cuando estás en el ojo del huracán oyes un adiós a lo lejos, y ves una puerta cerrarse.
"Se ha ido", piensas, entre triste y eufórico. "Por fin podré olvidarlo". Y corres al picaporte para ver qué nueva oportunidad va a llamar al timbre.
Lo que no te contaron era que tenías tres ventanales detrás y un espacio nuevo que llenar con lo que queda por venir.
El otro día lo estuve pensando, y creo que la única manera de deshacerse de todo el ruido que genera es saturándolo. Puede parecer tonto, pero es simple: si llenas un vaso de agua sin parar, se desborda. Si hinchas demasiado un globo, explota. Si te sacias un recuerdo, desaparece.
No hablo de trastornos obsesivo-compulsivos, ni mucho menos, sino de sinceridad. Ejercicio de espejo por vicio, contarnos toda la verdad de golpe y pensar en ello hasta que duela y podamos curarnos.
Y así mueren los recuerdos. Un día de pronto todo vuelve a ti, regresa el pasado lleno de maletas semiabiertas por delante de tus ojos y no sientes más que dolor, un dolor que ni siquiera recordabas porque creías que lo habías dejado atrás. Saludas, y no tiene ni la educación de mirarte. Pasa y da la espalda, no ofrece ni pizca de ayuda. Y cuando estás en el ojo del huracán oyes un adiós a lo lejos, y ves una puerta cerrarse.
"Se ha ido", piensas, entre triste y eufórico. "Por fin podré olvidarlo". Y corres al picaporte para ver qué nueva oportunidad va a llamar al timbre.
Lo que no te contaron era que tenías tres ventanales detrás y un espacio nuevo que llenar con lo que queda por venir.
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