jueves, 16 de febrero de 2012

Y descubrí a la palabra sin querer. A media voz, escondiéndome de la realidad y siempre procurando no ser escuchada. Me refugiaba en ella.
Aquellas pequeñas manchas en el folio no me hacían sentir extraña. Me salvaban, bailaban el agua a mi ritmo. Eran la música que le faltaba a mi solo de guitarra, las cuerdas que nunca supe afinar.
Me dijeron: "escribe, es sano. Ningún escritor recuerda todo lo que ha dicho". Lo hice. Empleé gran parte de mi tiempo, quizás demasiado, ahogando todos mis gritos dándoles la forma más bella e introduciéndolos en una caja para mandarlos a Ninguna Parte por segunda vez para salvarlos de hechizos que los hiciesen permanecer.
Y ahora me veo de nuevo tocando el mismo piano y entre las notas de la retórica me deleita la idea de que todo aquél dolor se ha ido con la música a otra parte.
Era cierto. Las palabras nos salvan porque son mucho más que eso.
Encierra tus sentimientos en ellas, guárdalos y ciérralos con llave.
No hay olvido más dulce que un recuerdo que no duele.

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